– A mi los catalanes me caen mal.
Nuestras
miradas se cruzaron al mismo tiempo, no
entendíamos que aquel camarero considerara como gracia semejante comentario, instintivamente
miramos a nuestro amigo catalán, sin embargo, él se mostró indiferente ante aquel
desafortunado comentario que al parecer surgió para hacernos reír, y consiguió
todo lo contrario: las ganas de no seguir allí. Después de un instante de incomodidad,
el camarero poco profesional intentó arreglarlo, alegó que se trataba del
proceder de Pujol.
– Hombre por dios, no me toque los kinder. – pensé –.
Más tarde, y en otro ambiente mi buen
amigo me confiesa que ese tipo de comentarios y otros tantos semejantes son parte de su vida y que ya no le da
importancia alguna.
– Qué voy a
conseguir ¿enfadarme?
Y hoy, recordando ese episodio, es cuando tomo
conciencia de cómo pueden sentirse todas esas personas señaladas con el dedo;
por su color de piel; su nacionalidad; su religión…