No,
está claro y no hay duda: no me gusta la cocina. Nada. Entre los cacharros y un
puñado de ingredientes elaboro la comida; comida que mimo en el plato, así que
decoro con ese esmero que se presume debo tener en el proceso. Sin dejar de
mirar el libro de recetas y después de haber invertido un tiempo – para mí,
demasiado – en la preparación; pues bien, el resultado óptimo es que no debe quedar
nada, es decir, limpio igual a éxito. Aunque hay que explicar que no se me da
nada mal, he de decir que me gusta crear en otra esfera. Quizás porque me
gusta contemplar lo creado, dejarlo reposar, disfrutar del esfuerzo y que otros
también lo descubran y eso no ocurre con la comida: desaparece.
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